Aylwin y el Régimen Militar, primer año (1973 - 1974)
La debilitada democracia fue finalmente derrotada el 11 de septiembre de 1973. Los partidos políticos, sus dirigentes, la ciudadanía en general habían fracasado. Con dolor, Patricio Aylwin reflexionaba años después que pertenecía a una generación fracasada.
Como Presidente del principal partido político en esta trágica coyuntura histórica, Aylwin tuvo que asumir responsabilidades más allá de los límites partidarios. Con una izquierda derrotada, perseguida y acorralada; una derecha convencida que la legalidad democrática no protegía la libertad personal ni sus intereses económicos, y que promovió y respaldó el golpe de Estado, dándole a las nuevas autoridades el sustento ideológico-institucional para consolidar un régimen de carácter autoritario y un Gobierno militar que no entendía y no compartía la posición de la Democracia Cristiana y más aún, desconfiaba de ella por ser, en ese momento, el único partido que podía generar una alternativa al proyecto autoritario.
En medio de la represión ideológica y física, el gran desafío del Partido era recuperar la democracia, meta compartida por todos los democratacristianos, aunque al interior hubiera diferentes posiciones respecto al camino para lograrlo. Era imprescindible “salvar el alma” es decir “mantener la dignidad moral, ser consecuente con los principios, defender la verdad, los derechos humanos, ser solidarios con los sufrientes” y también “salvar el cuerpo” del Partido, para lo cual era indispensable ser prudentes y astutos, no oponerse a las iras del poder y mantener una organización adecuada a las circunstancias. Al mismo tiempo, tenían que sobrevivir como personas y mantener a sus familias, estar presentes, con las limitaciones que la situación los forzaba, pero con la entereza que exigía la decisión de luchar para recuperar la democracia.
Esta etapa caracteriza a la Democracia Cristiana por las reacciones diferentes frente a lo sucedido explicitadas en las declaraciones formuladas tras el golpe militar y que revelan la existencia de distintas posiciones respecto al gobierno, a la forma de encararlo y a las posibilidades de entendimiento con los partidos de la ex Unidad Popular. Posiciones todas defendidas con argumentos, que postulan la implementación de estrategias contrapuestas planteadas con respeto y con la convicción que sobre ellas prima la necesidad de la unidad, de los principios y de la lealtad partidaria. Son numerosos los encuentros convocados; a pocos días del golpe, desafiando el toque de queda, un número de dirigentes democratacristianos se reúnen en la parroquia de San Pedro de Alcántara donde hubo un debate tenso pero respetuoso en el que todos comprendieron que no era el momento para discutir el pasado sino clarificar criterios y orientaciones para el futuro. Este ambiente marcó el actuar posterior del Partido en sus diferentes encuentros.